Finales del siglo XVIII fue una época en la que la Ciudad de México fue la zona más poblada de todo el continente americano, por lo que se implementaron nuevas formas de satisfacer las necesidades de los pobladores y visitantes.
Debido a que los fogones y braseros de carbón y leña se podían considerar una cocina móvil y podían instalarse fuera o dentro de las viviendas, estos fueron lo más utilizados en los puestos de comida callejera.
Los trabajadores de la época eran los principales consumidores de la comida callejera, ya que la mayoría vivía en los alrededores de la ciudad y no podían regresar a sus casas para luego trasladarse de nuevo a la capital todos los días.
Entre los platillos que se vendían con frecuencia se encuentran: atoles, tamales, bizcochos corrientes, moronga, piltrafa de tripas, menudo, entomatadas de cerdo, chiles rellenos, mole colorado, nenepil, manitas de puerco y cuajar de res.
El nenepil fue el platillo más popular, debido a que era de los más baratos, se elaboraba con las menudencias del toro y el carnero, se colocaba sobre una tortilla, y se le podía agregar salsa de chile, cilantro y cebolla picada.